martes, 10 de marzo de 2009

Una mirada a vuelo de... Aguila

Margarita Maldonado Colón

A setentiséis años de la muerte de José Maldonado Román, conocido también como el Águila Blanca, sale a la luz la novela Aguila de Reynaldo Marcos Padua, basada en esta figura de controvertible presencia en la historia puertorriqueña de finales del siglo XIX, y eje de múltiples discusiones sobre su significación y ejecutorias en ese período que marcó un hito muy importante en nuestra condición política como pueblo. No entraremos, para efectos de esta disertación en los pormenores de la controversia porque no es eso lo que nos ocupa en este momento, sino la novela de Marcos Padua como creación estética y recreación de un mundo que dejó de existir, pero que nos recuerda lo que fuimos para interpretar lo que somos como entes del devenir histórico.

La edición del libro fue trabajada con esmero por Ediciones Huracán y nos presenta una bella composición en la portada en la que figura la fotografía del Águila Blanca, rodeado por la silueta de un águila sobre un fondo antiguo. Es la imagen que muestra a José Maldonado Román cuando tenía alrededor de 25 años en la foto que siempre estaba sobre una mesita en la sala de la casa de Juana Estrada, su viuda. Siempre que le preguntábamos quién era aquel señor que nos miraba desde allí, ella respondía, seria y adusta: su abuelo.

Desde niña, la leyenda del Águila Blanca ha estado muy cerca de mí. Siempre escuché las historias sobre sus hazañas. Los pobres del barrio recibían pan, dinero y medicinas que obtenía de los ricos terratenientes a los que les exigía, mediante una nota, dinero para personas necesitadas. Era una especie de héroe, bueno y terrible a la vez. Había que hablar de él en voz baja y mirando hacia todos los lados para no ser descubiertos. Sabía que era un proscrito, alguien que estaba fuera de la ley, porque la ley no era justa. No fue justa con él cuando lo encarcelaron a la edad de once años, siendo un niño aún. Tampoco fue justa cuando los trabajadores trabajaban de sol a sol para ganar su sustento y lo ganado no alcanzaba para alimentarse, mientras el producto de su esfuerzo iba a engrosar las arcas de quienes los explotaban. En algún momento de su vida decidió reclamar justicia a los que los oprimían. Por eso lo admiré, como lo admiraban los que transmitían la historia de boca en boca. Quizá más, porque ante mis ojos de niña soñaba que la justicia debía ser igual para todos, y si no lo era, era justo que la reclamáramos a las buenas o a las malas. Eso fue lo que conocí del Águila Blanca, como lo llamaban los que de manera directa o indirecta lo conocimos. Este es el personaje que inspira a Reynaldo Marcos Padua a escribir su novela.

De la lectura de Águila hay que destacar, como acierto, la coherencia interna que organiza el relato en el que el autor recrea las postrimerías del siglo XIX, ―un fin de siglo que se caracteriza por la turbulencia e inestabilidad política y social producto de las ejecutorias de un régimen que se viene abajo― y, por otro lado, los albores de un siglo que inicia con otro régimen político de nuevas incertidumbres. La trama no trata solamente del personaje, pretexto para organizar y darle coherencia a un período de la vida puertorriqueña, sino también de la historia en sí. El autor teje el tapiz donde se encuentra contenida la complejidad de ese fin de siglo con los sucesos que lo caracterizarán como: la tiranía española y los compontes; la intentona de Yauco; las partidas sediciosas como respuesta al régimen de represión; la invasión estadounidense en 1898 con la ocupación militar por ese ejército; y, por último, el huracán San Ciriaco que pondrá con sus vientos un borrón y cuenta nueva a esa turbulencia finisecular. La narración culminará, con el encarcelamiento del Águila Blanca y confinará tras los barrotes, también, al ansia de libertad en los albores del nuevo siglo.

El autor nos regala en esta novela, una galería de personajes inolvidables y humanos como Sindo, hijo de esclavos, con la luz de la inteligencia opacada por la ignorancia; un Manolo Senda, periodista intrépido que desafía a las autoridades y que nos recuerda a Evaristo Izcoa Díaz; un periodista dominicano como Higinio Leschamp y su compatriota también exiliado, Sebastián Montesa, que nos trae a la mente a otros personajes históricos; un Isidro Ventura, visionario que raya en la locura; el Padre O’Neill, padre putativo de José Maldonado. Por otra parte, se nos presenta a los ladrones de levita, como los llamaría el Águila Blanca en la vida real: Agapito Sigüenza, juez corrupto; José Paniagua, prominente ciudadano inescrupuloso de Ponce, entre otros. La mujer aparece también representada en personajes como Claridad Cedeño, esposa del hacendado don Paco Alzada y amante del Águila; Martita, hija de un peón, que muere ahorcada; Tata, la sirvienta de Claridad; y Esperanza, la esposa de Sindo. Todas estas, marcadas por la desgracia. Las mujeres asociadas a la vida en las haciendas españolas, como Engracia Díaz de Paso, sin embargo, corren mejor suerte en la trama. Esto se debe a que son parte de la estructura de poder que prevalece en ese momento. Hay muchos personajes más, como los miembros de la partida del Águila Blanca, los campesinos, los hacendados, etc. que proveen riqueza al complejo panorama del universo novelesco que crea el autor.

Reynaldo Marcos Padua arma, pieza a pieza el rompecabezas que significa la vida del Águila Blanca y el momento histórico que le tocó vivir para darle significación y sentido, muy distinto a como se ha tratado de hacer, al desconectarla de su contexto histórico e interpretarla con una visión ajena, desde una época muy distinta a la que se desarrollaron los hechos. La novela, siendo ficción, da la impresión de que es la vida del Águila Blanca y los datos que los historiadores no pueden conectar están bien correlacionados en la trama. El narrador se ubica en una posición donde sus simpatías o antipatías quedan a un lado para observar la historia que crea basándose en los acontecimientos históricos que pudieron provocarlos, desde la perspectiva del intelectual que la interpreta. Es un universo novelesco mediatizado por la visión de mundo del autor que traduce en el texto la aspiración a ordenar, sin enjuiciarlo, el caos del pasado histórico y su repercusión en la conciencia colectiva que ha creado el mito del Águila Blanca. De ese modo, reconstruye fragmento a fragmento la historia y la vida del personaje que alienta su obra.

La memoria colectiva ha salvado del olvido al Águila Blanca. También los historiadores en su afán de perpetuar el mito o de destruirlo. La figura se yergue desde el pasado para que miremos cómo fuimos. Perdura en la memoria colectiva de las clases populares que encontraron en él el símbolo más accesible a la necesidad de una figura justiciera que asumiera su representación ante la historia en momentos en que se ha querido arrancar de cuajo un pasado histórico y revolucionario. La historiografía también tiene elementos de ficción en tanto y en cuanto está mediatizada por la conciencia del historiador que consciente o inconscientemente la interpreta desde su visión de mundo. Lo que puede parecer reaccionario en el presente, en su momento pudo haber sido revolucionario. Posar con una partida, enarbolando la bandera monoestrellada, en una acción sin precedentes, es un acto político de afirmación puertorriqueña. Se ha querido despojar de esa significación al Águila Blanca y a su partida y no ha habido forma de que esa visión burguesa se disipe.

A la tradición oral, a la historiografía, se unen la literatura y el arte en general como vehículos para descifrar el pasado y el presente. Y no hay nada que pueda impedir que se interprete la historia con los instrumentos que mejor puedan expresar ese conjunto de preocupaciones, aspiraciones e ideas que posee el sujeto de la creación cultural. Es legítimamente genuino.

En la novela Águila, Reynaldo Marcos Padua toma los hechos históricos y los literaturaliza, crea los eslabones ausentes en la cadena de la historia y recrea la historia posible, la que no se puede componer con el dato escueto y desnudo. Viste la historia con el traje de la literatura y le confiere significación y contenido a lo que la memoria colectiva y los datos escritos conservan a través del tiempo. Esto nos recuerda en algo la novela El general en su laberinto, de Gabriel García Márquez en la que el ilustre escritor llena los espacios vacíos de los últimos días de la vida de Simón Bolívar y nos entrega una imagen más humana que la que los libros de historia podrían reconstruir. De ese modo, también podemos afirmar, que Reynaldo Marcos Padua nos entrega en su novela a un José Maldonado Román más humano, con sus aciertos y sus contradicciones.

1 comentario:

Saraí Meléndez dijo...

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