domingo, 3 de mayo de 2009

El umbral del tiempo, de Margarita Maldonado Colón

por Ángel M. Encarnación Rivera


El umbral del tiempo, Ediciones y taller Ciba, 2005, es una novela que consta de 117 páginas divididas en quince capítulos. Comienza testimoniando en primera persona las experiencias de una narradora con un personaje llamado Inabón, quien “representó la explicación de todos sus sentimientos soterrados,” (p.9). Rápidamente se nos muestra un narrador con una gran conciencia creativa que nos somete a un juego por medio del cual nos hace reflexionar sobre asuntos como los del valor narrativo, la originalidad de la obra y el punto de vista, advirtiéndonos que en momentos pueden parecer lugares comunes, apercibimiento que resulta velado y premeditado:


Hubo reciprocidad de sentimientos, claro, porque nos asomamos juntos al espejo del alma. Digo esto no por decir algún lugar común sino porque en verdad nos fuimos descubriendo despacio, en la rutina necesaria de nuestra lucha compartida, desde esferas distintas.


Esta conciencia creativa de la narradora nos conduce de manera vigilante ante los elementos narrativos y anecdotarios demostrándonos que se entra a una obra de ficción con deseos de innovación e intencionalidad para con casi todo fenómeno discursivo. Debemos, por lo tanto, ser muy cuidadosos ante cada juicio, ante cada postura que asuman los entes propios de su cosmos.


Gradualmente nos vamos enterando que la trama goza de múltiples características: novela histórica, de amor, detectivesca, filosófico política, simbólica… Inabón surge como un ser misterioso perteneciente a un círculo secreto que busca documentos históricos extraños, al mismo tiempo que oculta su verdadera identidad. La narradora, atormentada por un amor aparentemente imposible, y confusa por tal conducta, se da a la tarea de investigarlo siguiéndolo a ciertos lugares y analizando paso por paso sus actos y sus contactos. La primera sorpresa que encontramos nos la da el edificio antiguo en que se refugia Inabón. La narradora se mantiene dirigiéndose a un receptor en segunda persona, a quien, suponemos, le escribe el texto. Va creando una atmósfera de misterio que comienza alrededor del edificio en que se supone habite su amigo, de estructura antigua, en contraste con las más recientes, cuya finalidad es comercial. La mole moderna es un mundo aparte descrito con alusiones al orbe de las mil y una noches, a su magia, cuando en realidad se trata de un centro comercial. El templo antiguo, el lugar sagrado, se convierte hoy en mero centro de comercio mundano. El contraste no puede ser más evidente, el señalamiento descriptivo es un juicio. El edificio contrastante, al que se llega por una escalera de siete peldaños, queda en una especie de paradiso que remite a la Plaza de Recreo, a la Casa Alcaldía y a algunos negocios. Parece que se obtiene un pasaje al pasado cuando advenimos a un primer piso dedicado a una tienda de arte en la que se venden antigüedades. En este edificio hay un sótano. La obra se vuelve una gigantesca metáfora del espacio con interiores equivalentes y paralelos, entre los que está uno dedicado al Círculo de Estudios al que pertenece Inabón. Nuestra primera impresión es la de que se trata de un grupo de conspiradores de una célula a la que constantemente alude la narradora.


La agrupación política se nos detalla un poco más para difuminarla, disgregarla, y la figura del supuesto conspirador se descentraliza un poco del drama amoroso ante la confesión de la narradora de que no puede determinar si ama o no al que suponemos es el receptor de ciertos narremas. Pero todo es breve, y para confundirnos más, sus actuaciones y misterios a veces parecen perderse del panorama. Se nos brindan detalles poco íntegros sobre unas tareas políticas a favor de unos sindicatos. Estas imprecisiones se entremezclan con sueños y con las variadas y no menos imprecisables labores de la narradora. Una de estos procesos en los que ambos posiblemente han participado es algún tipo de boicot. No lo sabemos con certeza. Todo ocurre rápido y simultáneamente. Lo relacionado a Inabón es chocante y paradójico, como ocurre con una escena en que contacta unas empleadas de un restaurante a las que cataloga como pitonisas cibernéticas. Nuestro asombro y nuestro interés van de la mano.


El llamado Centro de Estudio es un lugar bastante extraño. La presencia del militante misterioso impregna en su estancia una fuerza fantasmal que lentamente va proyentándose en la narradora hasta casi convertirla en otro fantasma inhábil para unirse en el amor con el misterioso Inabón, el que se pierde en la oscuridad. La emisora, ante tanto esfuerzo, sufre una agonía física que la lleva al hospital y le cuesta dos meses de convalecencia.


Al reincorporarse a sus actividades descubre que el joven ha desaparecido. Pensamos que las autoridades tienen que ver con esta desaparición. Cavilando en estado de recuperación llega a la conclusión de que sus encuentros con él eran tan sólo nocturnos, descubre que de lo ocurrido entre ambos no hubo un solo recuerdo de momentos diurnos. Esto nos contraría tanto como a ella. Emprende entonces una búsqueda a la dirección que aquél le ofreciera en cierto momento. Pudo dar con el lugar luego de consultar un mapa de 1870. Esta dirección alude a motivos históricos y folclóricos: calle Dolor, ahora Betances, esquina Sufrimiento, ahora Ruiz Belvis. El encuentro se narra en el capítulo X de forma elocuente y plurisignificativa, en la misma localidad de los siete peldaños. Podemos internarnos en el sótano, foco antiguo, permanentemente cerrado con libros y fotos del siglo XIX. Es un núcleo sucio y abandonado que una vez fuera ocupado por masones. A su alrededor se le teme, la gente ve en su interior extrañas luces y siente desde allá olores a azucena. De ahí obtiene ciertos materiales que la conducen, con gran dificultad, a un abogado que nos resulta curioso y pintoresco. Este le entrega un libro negro, para colmo. Al final toda esta maraña nos resultará lógica y conforme con la trama. Claro, hará falta reconstruir un poco, porque la obra requiere mucha participación del lector como obra abierta que es.


La recepción, a pesar de que se atrasa, y va a pasos lentos haciéndonos recrear y reconstruir actos, vivir entre mundos ambiguos e indefinidos, nos motiva enormemente. Al leer la carta dirigida a la narradora, conocemos que se llama Aurora. La carta comienza filosofando sobre el tiempo con unas ideas que se enlazan a cierta ideología sobre el tiempo y el destino que emitiera el abogado en el corto tiempo en que Aurora lo entrevistara. Es una teoría sobre el espacio, el movimiento y el tiempo que el mismo Inabón califica como locura, cosa de locos. Su argumento es el de que no puede borrarse el pasado, algo que, parece lamentarse, intentara hacer equivocadamente. De esta carta pasa al libro negro. En este cuenta que su nombre fue escogido para una organización secreta en honor a un río que los indios nombraban Inabón Yunes.


La carta de Inabón comienza narrando una experiencia ocurrida mientras trabajaba en la preparación de una historia nacional sobre los héroes anónimos que tomaron las armas para defenderse de los atropellos. Estos atropellos se podrán configurar por el lector al final de la obra, en el momento en que se reconstruya la trama. Se encontraba solo en su cuarto a las once de la noche cuando vio “la pared del fondo, frente a mí, cubierta por un universo de soles, lunas y estrellas suspendido en una nebulosa extraña.” En la tercera noche que presencia este universo minúsculo introduce la mitad de su cuerpo en él y ve una sala al otro lado de las luces. Logra pasar a este nuevo centro y regresa al original, en los alrededores de la Logia. La visión se había disipado por unos días hasta que de pronto regresa a su cuarto y logra introducirse por completo. Desemboca en una atmósfera intoxicante y ruidosa que lo hace vomitar y lo ensordece; sale a la calle y descubre monstruos mecánicos en una escena del Dante. Regresa a su dimensión y cae enfermo. Pasan los días y descubre como lógica conclusión haber traspasado el umbral del tiempo.


Se nos ha manipulado con habilidad para intercalarnos otro relato dentro del relato, mientras se sostiene la verdadera trama, dejándonos un cúmulo de posibilidades interpretativas que nos seducen. Inabón aparece con su autobiografía como ser de doble vida que habita a la misma vez en los años setenta del siglo XIX y en los setenta del XX. Primero, tuvo necesidad de pasar por un proceso de adaptación para que lo aceptaran en ambos sistemas temporales. Ya en el futuro se matricula en una universidad mientras vive de la venta de objetos que acarrea desde la otra dimensión y que resultan de mucho interés en el futuro. Conoce un estudiante, el abogado, que posteriormente llama “de las causas perdidas” y se solidariza con un grupo político que se oculta bajo la institución llamada Centro de Estudios. La historia cierra en el momento en que se pierde en el espacio. El umbral del tiempo se cierra y no puede regresar.


Son muchas las posibilidades interpretativas. Como dijimos, la obra es abierta porque nos prepara para que le reconstruyamos varias posibilidades que nos expliquen los pormenores de la trama y su conclusión. El tejido que podemos confeccionar con su trama es inmenso. Los significados que podemos obtener del complejo ideológico del que nos hace participar, también lo son. La obra, dentro de sus valores de obra histórico-narrativa, evidentemente se cuestiona la legitimidad de enamorarse del pasado, de vivir en el presente absoluto, en el pasado absoluto, o en ambos sistemas. No es, por lo mismo, novela histórica, si no que encarna un sistema narrativo múltiple que va desde la narración autorreflexiva o espejo, a la políciaca, la social, la de ciencia ficción y la filosófica.