martes, 10 de marzo de 2009

Reinaldo Marcos Padua y su cuaderno de perdedores.

Ángel M. Encarnación Rivera

Club de perdedores, 2007, es un libro de relatos publicado por Reynaldo Matos Padua bajo el sello del Taller Ciba. Sus diecisiete narraciones están fechadas entre 1987 y 2007. A pesar de esta periodicidad es una colección muy coherente en cuanto a temas y a tratamientos. Cada personaje está afiliado de alguna manera al club de perdedores que los clasifica a todos.

El conjunto trata de captar los detalles más significativos de la vida actual. La búsqueda de un valor profundo, genuino y duradero que le dé sentido a la existencia marca todo acto, no importa lo común o lo insólito que éste sea. El valor de mayor necesidad que se nos ofrece es el de incluir el arte en la vida cotidiana. Por eso se narra en cada circunstancia el efecto de la entrega al arte, de vivir una vida sin otro afán, sin otro norte, no importan los efectos, los sacrificios, los embates, ni los fracasos.

La primera de las narraciones, “Pretérito de mujer,” nos dramatiza el efecto de esta entrega absoluta en la figura de una cantante retirada. Conocemos por medio de una tercera persona los pormenores de una vida que en su juventud gozó fama y estima, pero que ahora en su soledad descubre que no vivió una vida para sí, para desarrollase en sociedad junto a un ser querido. Su único amor fue su público, su realidad fue el itinerante cambio de escenario, el maquillarse entre actos. “Y ahora, cuando también su mundo de otrora se desteñía languideciendo bajo el polvo de tantas décadas, de cambios en el gusto del más ingrato de todos los amantes que es el público, ella no encontraba la paz que buscó desde niña. La paz en el amor,” (p.13).

En la búsqueda de esta paz del amor, última paz, última oportunidad de amar, descubre un hombre que la parece repetición, copia de Mauricio Conrado, su ex esposo, el que ocupó apenas unos instantes en su vida. El matrimonio tuvo que romperse casi al empezar ya que ella no podía renunciar ni sacrificar a su arte, a sus compromisos. La imagen viva de Mauricio respondía al nombre de Ariel; soltero, ocupando el apartamento de un familiar, no parece haber encontrado éxito en la vida. La mujer busca un alivio, un instante de paz ahora que su vida de personaje famoso cae en el olvido, pero Ariel, al detenerse frente a ella, ve en ella a la otra, la famosa Estrellita. Ella encarnó un mito en la vida y al final la personifica en un rito tétrico en que llora el fracaso de no poder desprenderse de la sombra de la cantante. Parece que la ficción no pudo detenerse ante la realidad, el personaje sobrepasa a la artista, de tal modo, que la artista terminó encarnada en su representación. ¿Tenía que existir una diferencia entre ambas, o es que el artista entra en su obra de manera irreversible? Estrellita no pudo abandonarse, persiguió a su creadora por el resto de su vida hasta que la venció.

Esta frontera del arte que no permite escapar, diferenciar su contacto, o su entrada, a la realidad, se trabaja también en “La cinta y el rebuleo,” quinto relato del cuaderno. Aquí, un aficionado al cine que acostumbra comprar películas pirateadas, dato significativo, adquiere un video que le altera la vida. Se trata de la grabación del asesinato de un hombre grueso, totalmente identificable, que resulta ejecutado por otros dos hombres comendados por una joven mujer. Por culpas de esta grabación el personaje pierde la novia, la que huye aterrada pensando que los delincuentes descubran que el video casero está en su poder. Pero la grabación obsesiona al aficionado, quien decide localizar a la ejecutiva-asesina, aunque arriesgue su vida. Por dedicarse al trabajo de mensajero de entregas en una motocicleta, descubre, en una urbanización de clase alta, que el tal muerto aún existe, y termina su búsqueda.

Nos cuestionamos con el cuento anterior sobre lo que significa ficción, los límites del arte, la demarcación de las fronteras entre arte, ficción, realidad. Son planteamientos originalmente expuestos mediante elementos habituales, comunes y corrientes de nuestro entorno. Los seres que se encarnan en este relato pertenecen a la masa, sin embargo, su existencia no tiene sentido sin el arte, sin un escape parcial y de mayor valor de esa dimensión subjetiva que los consume y que, a la larga prevalece, sobre la realidad. Nos convencemos tales insistencias de cuestionar el valor de una invención, su vínculo con la realidad, que todo ser humano se dignifica mediante algún tipo de creación artística.

Otro perdedor es el llamado “Aguajero,” Sergio Batis, un empleado de oficina que “gustaba leer y andaba fascinado por los cuentos y las novelas de los destacados novelistas de una cosa que él llamaba el bum, la cual sonaba muy interesante. Solía andar comentando todo el tiempo sobre ellos. Se lucia indicando cuánto había estudiado las “Humanidades” antes de hacer un giro hacia la Administración de Empresas que lo llevó a “nuestra afanosa comarca” (p.61).

Este mundo oficinesco nos lo presenta Vélez, narrador testigo. Aguajero, que es el que falsea, el incumplidor o alardeador, ganó su nombre por ser el intelectual de oficina que discute basado en sus lecturas y ofrece libros al lograr una audiencia interesada, sin cumplir con su oferta. Sus intereses lo convierten en victima al ser detestado por los anti literarios que llegan al poder en la oficina con el cambio de gobierno. Esta nueva administración promueve la obra de Krisnamurti, por lo que no hay compatibilidad con Sergio, y lo expulsan del empleo. Pierde trabajo, esposa y hogar; se dedica al alcohol. Su esposa lo traiciona con un vendedor de seguros. Ya hecho un guiñapo logra, sin quererlo, ni proponérselo, vengarse del vendedor de seguros. Como puede verse, este es otro Quijote, otra víctima de sus lecturas de novelas de caballería.

El idealismo de tales seres resulta tan actual tan del uso, que cuesta trabajo entenderlo, interpretarlo. Nos arroba notar que Marcos Padua sobrepone el mundo del idealismo quijotesco sobre oficinas, cantantes de boleros o simplones con panzas deseando rebajar, para lo que toman pócimas mágicas que hoy día el comercio ofrece para explotarnos.

El truco de los documentos encontrados se rescata en “El alquimista,” (p.127-32). Es una memoria, lo que no sabemos hasta el final del cuento, dejada por un farmacéutico ya muerto. El relato nos engaña al principio, pues creemos que se trata de una memoria actual, pero es un relato dentro del relato, del farmacéutico. Con el presente del cuento se nos revela la existencia de una sucesión de alquimistas ocupada en la supervivencia de su arte.

“Culpitrán liquido,” (p.75-82), es otro sondeo dentro de este clima de fármacos, de excesivo consumo, de esteticismo de salones de belleza, al que se le sobreponen las vidas, gustos e intereses de clientes y embellecedores para compartir sueños y afanes. El título suena como una pócima antigua que imita los ofrecimientos que los medios masivos nos ofrecen diariamente para adelgazar, dormir mejor, hacer crecer el cabello, ionizar nuestro cuerpo, lograr la suerte, ver el futuro. El perdedor de turno es un gordo, profesional del embellecimiento que lucha contra su cuerpo. El culpitrán casi lo aniquila por usarlo indebidamente. Sobresale en este infortunio la incapacidad de realizar esfuerzos propios, de vivir alejados de la fantasía mediática, informática, comercial.

A lo anterior se liga el deseo de lograr la vida eterna, finalidad de la alquimia por tiempo inmemorial. El deseo de trascender es hermano menor del deseo de sobrevivir a los tiempos. Otro medio que la literatura revela para buscar la trascendencia es por medio de los demás, al obtener el alma o la sangre de los otros. Aparece entonces el mito del vampiro, la entidad que chupa la esencia del prójimo. En “La salvación de Nosferata,” (p.83-97), encontramos este mundo clásico en el contradictorio afán de una mujer “vampiro” que busca su eternidad por medio del cristianismo fundamentalista. El vampiro es una metáfora de ese afán eterno que el arte ambiciona obtener. El arte está lleno de perdedores, desconsuelos y rutas alternas para alcanzar consuelo. Parece que sus respuestas son transitorias, no eternas.

A pesar de que las historias del cuaderno se emparenten a ideologías clásicas, el clima y el ambiente pertenecen a lugares muy representativos de la realidad contemporánea, que se debate en la atomización, ultranza de la individualización. La atomización ha sustituido la toma de conciencia de la realidad, el reconocer que pertenecemos a un mundo que es de todos y debemos compartir, por fantasías cada vez más inútiles.

Por encima de estas aislamientos, los personajes consiguen darle sentido a sus vidas imponiéndose con el deseo de seguir adelante, por sobre todas las adversidades y todos los fracasos imaginables. La insistencia de creer, de tener fe en la obra que llevan a cabo, es superior a que se cumplan los propósitos. Lo importante es seguir adelante, obrar. Siguen siendo perdedores, pero deben luchar por no serlo.

“Historia de un asesino canino,” (p.103-16) nos hace indagar estos planteamientos por medio de la pasión descomunal de un productor de música Metallica, la bien heavy metal, aclara. No pudo terminar su escuela secundaria, fue expulsado de todo empleo, se vio obligado a pagar una pensión alimenticia, no alcanzaba a obtener medios, solo el deseo de formar una banda lo ayuda a subsistir. En esas conoce a una mujer, ya entrada en la madurez, y mayor que él, que lo acoge y lo apoya en sus deseos. Primero hace que lo empleen en un negocio de su familia, luego le permite vivir en su casa, heredada, lo único que tiene. Los sueños de grandeza del productor se ven interrumpidos por un perrito vecino que ladra. Planifica matar al perro, entonces descubre que su afán de lucha es por la vida, no por la muerte. Finalmente termina adorando al animal, haciéndolo parte de sus planes musicales. Ejemplifica así, por medio de una anécdota inusual, la incorporación y la superación de los obstáculos que aparecen frente a nosotros.

Lenguaje, ocupaciones, presencias, búsquedas, lugares actuales cargan el ambiente por el que transitamos sorprendiéndonos con tanta elocuencia, con tanto detalle preciso para recrearnos, conmovernos, hacernos pensar otras vías respiratorias frente a la realidad. Las narraciones no esconden el mundo ruidoso, conglomerado, hueco, violento, sexuado que nos marca y nos apresa en imágenes visuales y sonoras. Son las experiencias globales que le dan al ser humano de hoy carácter de uniformidad. La globalidad también nos ayuda a que asumamos el papel de perdedores, que pertenezcamos a su club.

Por lo anterior, la selección que lleva el título del cuaderno, “Club de perdedores,” (p.145-162), es muy significativa. Se trata de la reconstrucción nostálgica del pasado por uno de los miembros de una agrupación musical, ahora en una égida. Este narrador, que cuenta con casi ochenta años, tiene una memoria prodigiosa y revive momentos importantes de famosas agrupaciones pueblerinas, sus componentes, sus ingeniosidades para interpretar, ajustarse a las melodías, a las voces, a formar tríos. Es la cultura músico popular del pueblo hispano del siglo pasado y parte del actual. Una historia traumática. La primera gran agrupación rememorada es la de Los Anchos: “pudieron haber sido lo que en verdad fueron… uno de los mejores tríos de América Latina, si solamente hubieran tenido ese poquito de suerte, que a veces, le hace falta a l talento para brillar con magnitud, con el fulgor de una estrella.” (p.146).

Las vivencias, las manías y las costumbres de estos artistas están llenas de unas experiencias fabulosas, como la confesión que hiciera al narrador Payo Silueta, excelente cantante, pero empeñado en cantar a capela. Al preguntarle el narrador compilador del relato si tiene ritmo para cantar acompañado; responde: “eso jamás, porque yo siempre miro para arriba cuando canto, y es porque estoy oyendo en mi mente el bandoneón, y los violines y las guitarras que acompañan la canción que me aprendí.” (p. 150).

Antes de llegar a llamarse Los Anchos, el grupo tuvo otros nombres, como Los Pastores. Es cuando se les une Fernando Ávila que forman una “copia al carbón” de Los Panchos. Hasta logran cantar “Flor de Azalea” mejor que los originales intérpretes. El pueblo los oía cantar frente al local de ensayar y los idolatraba. Como perdedores célebres, tuvieron la suerte de que los dueños del sitio se aprovecharon de esta admiración para nunca pagarles. El nombre vino porque eran gordos. Este nombre delata su incapacidad para cobrar un centavo, para presentarse en radio. No pueden ni siquiera formar un repertorio con canciones originales de un compositor amigo llamado Lulo, quien murió sorpresivamente, perdiéndose la música con él.

Sus aventuras amorosas, las ideas estrambóticas que los dividían, los fracasos económicos, acabaron convirtiéndolos en un verdadero club de perdedores, en un trío de simple ocasión, de encuentro en algún bar. El mundo está lleno de anchos, de seres a los que la suerte no les llega; éste es el otro lado de la moneda al mirarse al arte de los perdedores. Perdedores son los que solamente pueden vivir de la esperanza de recibir algún día su merecido reconocimiento, los que por hacer copia al carbón de otra creación se convierten en caricaturas. También son perdedores los que solamente reciben ingratitud, olvido, a cambio de esforzarse toda la vida. Estos son los riesgos del arte.

Estructura épica en la novela histórica Águila[1], de Reynaldo Marcos Padua


Por: Marcelino J. Canino Salgado

Cuando yo estaba en prisiones

con lo que me entretenía

era con los eslabones

que mi cadena tenía…

(Cantar popular)


La persona histórica de José Maldonado[2], conocido con los apelativos de Águila Azul, por unos y más tarde como Águila Blanca por otros, ha sido ambiguamente tratada por el juicio de historiadores contemporáneos que, a todas luces se afilian a la línea del puro y constatable documento histórico penal oficial. Sin embargo, el que fue mirado con ojos de cariño y admiración como héroe popular, fue también el abominable y temido delincuente enemigo de los terratenientes españoles y puertorriqueños explotadores del XIX finisecular. Esta dicotomía nos obliga a ser sumamente cautelosos con la lectura e intelección de documentos oficiales que sólo reflejan la óptica de los poderosos. Como contrapeso, no hay más remedio que acudir a las fuentes orales y a los testimonios de quienes conocieron o se relacionaron con la histórica figura.

Así puede observarse en las décimas que sobre el Águila escribió don Ángel Pacheco Alvarado, trovador natural de Peñuelas, a quien profesaba gran admiración y de las que cito solo tres estrofas:

I

Era José Maldonado

o Pepe, “El Águila Blanca”

hombre de palabra franca

y de espíritu elevado.

Muchas veces fue acusado

Por la insensata opinión

De bandolero y ladrón

Porque con limpia hidalguía

Los abusos combatía

De la hispánica opresión.

IV

Está José Maldonado

En varias fotografías

de Evaristo Izcoa Díaz

amigablemente al lado.

Así deja comprobado

Lo que “Águila Blanca” era

Junto a la figura austera

Del periodista y patriota,

Que luchó por dejar rota

La infame cadena ibera.

VI

Pepe fue un recalcitrante

Serio enemigo de España

Que la combatió con saña

Con corazón de gigante.

Boricua que en cada instante

Que de hacer algo tenía

Atacó a la policía

De aquel régimen despótico,

Porque luchaba, era lógico

Por nuestra soberanía.

El vilipendiado José Maldonado es para algunos historiadores y seudo historiadores un delincuente común. Para otros un héroe de la misma naturaleza que Robin Hood. Ricardo Alegría, quien recoge las décimas de labios del trovador peñolano, al reproducirlas en La Revista del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y El Caribe,[3] en una breve nota, califica a José Maldonado, “ El Águila blanca” como “ ilustre patriota”. Esa dualidad de criterios sobre el Águila Blanca queda magistralmente resumida en la Tercera parte de la narración de Marcos Padua, Capítulo 60, titulado Indulto (Páginas 165-167).

No queda lugar a dudas que, sobre todo, en la zona geográfica de Ponce, la figura de José Maldonado dejó una impronta indeleble en las almas de los ciudadanos humildes contemporáneos y coterráneos del notorio personaje quien sufrió presidio y las humillaciones más cruentas que podamos imaginar, generalmente por crímenes vulgares no cometidos por él. José Maldonado era en cierta medida un icono de la rebeldía y un desacralizador de un sistema plagado de injusticias contra los humildes y desprotegidos. Para el stablisment era un peligro en potencia y en acto. No había más remedio que destruirlo. El líder de las llamadas “partidas sediciosas” habitó en dos mundos: el del vituperio y el de la alabanza. Hoy, además de los juicios parciales de los historiadores, la cosa ha cambiado poco: José Maldonado habita en el mundo de una historia prejuiciada y oficialista y en un mundo más exquisito para su memoria: el mundo inexorable de la literatura, en la antesala del mito.

En efecto, cualquier persona de relativa instrucción cultural sabe el axioma de que “ la historia la escriben los vencedores” y a los vencidos solo les queda la añoranza, la melancolía: impulsos inestimables para la creación literaria y el arte en general. A los supuestamente vencidos y sojuzgados solo les queda el recurso del cantar folclórico, de la literatura…

El escritor puertorriqueño, Reynaldo Marcos Padua, conocido por sus innumerables publicaciones y aportaciones a nuestra literatura patria, rescata literariamente la figura histórica de José Maldonado de manera asombrosa. No se trata de una historia biográfica novelada fundamentada meramente en documentos, sino de una ficción narrativa donde la verosimilitud literaria se confunde con la realidad documental. Es un ejercicio excelente de lo que la “retórica” denomina “ ars invenit”, arte de la invención. Y Reynaldo Marcos Padua, literariamente ha logrado un meta-meta discurso literario, pues bajo la aparente narración novelesca nos ofrece una sabrosa epopeya criolla. Un análisis de la estructura de su narración nos lo demostrará.

La obra está dividida en seis partes a través de 85 capítulos de variada extensión, entre 1 y 10 páginas aproximadamente. Aunque enlazadas en sucesiones lógicas, cada parte es esencialmente autónoma. Hay, por otro lada una perfecta distribución isotópica entre los espacios narrativos y la semántica de los mismos, ejemplo de equilibrio en la fábula.

Comienzo in media res: La partida de sediciosos

El comienzo “in media res”, característico de las epopeyas clásicas, es empleado por el novelista para adentrar de inmediato al lector en la acción narrativa. La partida sediciosa, bajo la dirección de Pepe Maldonado acababa de incendiar un enorme cañaveral para crear la ruina de un portentoso hacendado y de esta manera hacerle sentir el poder de los que no tienen poder… La descripción vívida del incendio crea una atmósfera de sofoco ante el calor , y la magia de la sinestesia se hace notar entrecruzándose el sentido visual con el del olfato, además del auditivo: ¡una orgía de sensaciones diversas! que puntualizan el agitado ambiente rupestre.

No obstante la presentación inmediata de la acción delictiva, la novela comienza con un delicioso párrafo que nos parece una acuarela o paisaje propio de Francisco Oller:

“Durante la madrugada, cabalgaron por riscos y malezas, hasta el momento en que notaron el sol naciente. Al horizonte, una azulosa témpera transformaba en humo el rocío dispersado sobre hojas y tallos.”

O este pasaje con el que se inicia el Capítulo 25, Águila azul, sigue…

“ Apagaron el quinqué. La noche alzó las alas negras y pintadas de sueños. El sol se coló por las rendijas de la choza. Tan pronto amaneció, un haz de luz dio directamente sobre el rostro del visitante. Abrió los ojos y volvió a escuchar despierto el cantío del gallo que creía haber oído en entresueño”.

Y esta capacidad lírica no es extraña a la epopeya aunque lo esencial en ella sea lo narrativo, la presentación de la acción o las acciones en el proceso de su desarrollo.

Los caracteres y su representación

Considero que en el sustrato anímico narrativo del “ingenio invenuit” de Marcos Padua quedó como fondo común a sus creaciones el modelo de la épica griega, sobre todo de la Ilíada, tal como la recoge Pisitrato en la versión que todos conocemos. Advierto que críticamente no pretendo hacer aquí un psicoanálisis literario, pero sí un asomo a las corrientes jungianas del inconsciente colectivo. Veamos:

En las rapsodias números tercera y cuarta de la Iliada, el poeta presenta detalladamente a los guerreros que toman parte en la contienda y señala las virtudes de cada uno de éstos, hasta llegar, finalmente, a la Aristíada de Diomedes Tidida.

Marcos Padua hace lo propia al señalar los 13 miembros que, a parte de Maldonado, formaban la partida originalmente. Tanto el 13 como el 14, son números propiciatorios comunes en la tradición épica grecolatina e hispano románicas. Después de la presentación de los miembros de la partida sediciosa, el autor dedica a los más importantes un capitulo por separado donde narra sus características y virtudes y, en algunos casos, como el del carbonero “el negro Sindo”, (hipocoro de Gumersindo) se sugiere una aristiada donde se pone de manifiesto su excelencia su “areté” respecto de la fidelidad guardada a Pepe Maldonado, el Águila…..

En esta galería entrelazada por caracteres y perfiles de los personajes, Marcos Padua entrevera elementos caracterizantes del Águila Blanca y sus hechos biográficos, muchos de carácter histórico, pero otros de naturaleza facticia, no ficticia y por eso verosímiles. Personalmente me conmovió el Cap. 4, Un niño en la cárcel, donde se llega al alma del preadolescente encarcelado mediante las cavilaciones y meditaciones sobre el color gris. Dice el narrador:

“El gris es también un color de muerte. En la vida, el color que a los ojos de un niño, envejecido de súbito, elimina los otros espectros de luz. Hay en el gris como un distanciamiento, una frialdad, cierta certeza de la libertad, el envés de la libertad, la imposible inocencia. Las lágrimas ya no son transparentes; sino grises, a través de las cuales el arco iris no se rompe en su prisma. Permite tan solo una triste mezcolanza de lo oscuro y lo blanco, como si la tiniebla y la luz cohabitaran en maridaje nefando. Cualquier niño en el campo ve las horas del día que no pasan y la noche es una huésped más, inoportuna, que le avisa del ahora en pausa, que ya el disfrute cambia, hay que irse a cenar, a dormir. Pero, la cárcel…”

No deja de apretarnos el corazón estos pensamientos y los siguientes párrafos que describen el angustioso tedium vitae de un mozuelo malamente apresado, sin otras consideraciones que la castigar los errores cometidos por un jovencito: ¡ La terrible y nefasta doctrina de los escarmientos!

La caracterización dinámica del protagonista se dispersa a través de toda la narración, solo después de concluida la lectura del texto nos queda una clara prosopografía tridimensional del personaje.

Prosopopeyas sorprendentes

Hay en la narración tres personajes etéreos, pero presentes, no se dejan ver, pero se sienten. Uno: el rumor, ronda por todos los espacios, se hace sentir de soslayo entre todos los niveles socioeconómicos. Y así, porque cuando se desconfía de las fuentes oficiales de información, no queda más remedio que prestar oídos a la murmuración. Entonces, el rumor hace de las suyas y propicia la intriga.

El otro personaje etéreo es el miedo, eriza la piel, acelera las palpitaciones del corazón, nos hace ver lo que no existe y nos impele muchas veces a realizar acciones equivocadas o irrisorias. El miedo, producto de la inseguridad, nos hace esclavos del absurdo.

De igual modo se presenta la etérea imagen del tiempo con su vestimenta siempre novedosa, pero imperceptible. Así cuando el narrador omnisciente escribe: “ El año mil novecientos tocó a las puertas de un país desolado: trauma de una serie de eventos donde la prioridad de grande de como chico, potentado o peón, era simplemente satisfacer, en medio de la total desdicha, la cotidiana subsistencia.” Y es que el tiempo todo lo nivela, todo lo iguala. No podemos lidiar contra él: Sic transit gloriae mundi. Todo pasa, nada permanece…Y como dice una copla tradicional de matiz filosófico, cantada como consuelo por nuestros campesinos del pasado:

“Nada en esta vida dura

fenecen bienes y males

y una triste sepultura

a todos nos hace iguales.”

Los dos planos

Como en la épica clásica, en esta narración hay dos planos. No son dos estadios, uno divino, de dioses inmortales y otro de humanos mortales. Aquí, en la narración de Marcos Padua, el doble plano está constituido de un lado, por los poderosos, explotadores y usurpadores. No son eternos, pero se creen eternos, de aquí la sucesión de sus herencias y fortunas, generalmente mal habidas. El otro plano, el de los humildes, los pobres, los que luchan y trabajan de sol a sol, los explotados, tampoco son eternos, pero recuerdan entre sí a la esperanza de la eternidad, porque “bienaventurados los que sufren porque de ellos es el reino de los cielos”.

Ars amplificatio

Una de las características de la epopeya es su visión macroscópica de la realidad, coherente, no segmentada. Lo que es microscópico por naturaleza, alcanza la dimensión que proporciona el vidrio de aumento del cantor o autor. Los detalles, por breves que sean no pasan desapercibidos. Mas la fuente de macroscopía como arte de la invención para Reynaldo Marcos Padua, en esta obra en específico, procede del periodismo de finales del XIX.

Un escrito finisecular, impecablemente redactado con gran soltura por José Maldonado, no como auto-apología, sino más bien como explicación a la sociedad de la que, a pesar de todo, era miembro, constituye la principal fuente de información del laureado novelista Marcos Padua. El hecho no es solo una forma de tratar de salvar el pellejo y la proyección social de alguien a quienes los de arriba, los poderosos veían como un facineroso peligroso y hostil, confundido política y socialmente, si no muy por el contrario, una forma de exponer su propia verdad, la que debía ser conocida por los lectores de la prensa El Correo de Puerto Rico, sobre todo los de la región de Ponce[4]

Un Ulises incansable

Para buscar paz y tranquilidad y escapar de las injustas persecuciones contra su persona, José Maldonado acude al dominicano Sebastián Montesa a quien quisieron asesinar los conservadores, para solicitarle a éste que lo llevase consigo embarcándose ambos hacia Nueva York. Allí el Águila se presentó ante la delegación cubana y fue enviado a Cuba en una expedición, de la que regresa a Nueva York herido. Decide esperar las fuerzas expedicionarias que vendrían a atacar a Puerto Rico para volver en ellas a la Isla. El mismo Maldonado refiere:

El tema de la Némesis se manifiesta conspicuamente y José Maldonado, como si tratara de huir de su Moira fatal, termina aparentemente aceptando o reconciliándose con su cruel destino. La relación con Montesa, Deschamps y otros perseguidos lo impele a viajar a Santo Domingo y a rechazar los crímenes de Lilís y sus sicarios. Mas el norte de Maldonado fue siempre Puerto Rico y su destino final, la familia.

Así también el tema de la “menis”, presente en la cólera que ánima a José Maldonado contra el gobierno español, sus injusticias y sus seguidores incondicionales. Al principio la “menis” se manifiesta exclusivamente contra los hacendados afectos al régimen, más tarde, casi al final de sus años de rebeldía, pero con mayor madurez, la cólera parece encaminarse contra los nuevos invasores norteamericanos. De ahí el capítulo 50 donde el perspicaz narrador describe en una detallada écfrasis literaria la foto donde aparece el Águila montado a caballo, probablemente en el área de Guánica; estampa a la que nos referiremos más adelante.

Realidad y verosimilitud

Pero la literatura es mucho más que un entramado histórico, es en cierta medida un intento por expresar lo “inefable de lo absoluto”, un ennoblecimiento de la memoria colectiva cuando se trata de los asuntos del pueblo y del bien común. Reynaldo Marcos Padua ha enriquecido la base histórica del relato épico con la creación y concatenación de elementos afines a la época en que vivió el histórico personaje. La referencias a las creencia espiritistas, a las sociedades secretas como La Torre del Viejo, la búsqueda de tesoros y entierros perdidos y declarados y donados por almas en pena, la alusión a la invasión norteamericana a la Isla y a los cantares folclóricos que ésta inspiró en los trovadores del pueblo, los entretenimientos grupales de juegos de azar y las archiconocidas décimas sobre el tema de Carlomagno, Fierabrás y los XII Pares de Francia, el écfrasis narrativo de la foto del Águila y su partida sediciosa con la Monoestrellada flotando contra el viento como si fuera un ala victoriosa, aprecida en Our Island and their People, tomada el 4 de junio de 1899 y que Ricardo Alegría cree fue tomada en Guánica “donde Águila Blanca y sus guerrilleros tuvieron algunos encuentros con las tropas norteamericanas”.[5]

Ambiente y atmósfera

Aparte del tema político y del de la venganza y Némesis, entre los recursos literarios empleados por el narrador, es encomiable su capacidad para la creación y recreación de los ambientes escénicos que oscilan entre la ruralía, los agrestes montes y los limitados contornos urbanos los que no se limitan a Puerto Rico puesto que Marcos Padua relata la estadía de José Maldonado en Santo Domingo. Los espacios narrativos son tanto abiertos como cerrados, públicos o domésticos. La entrevista de Maldonado con el Monseñor Oneida de Santo Domingo (Cap. 77) es un buen ejemplo de un ambiente cerrado e intimista. La multitud que se congrega cerca de la plaza en Ponce cuando Maldonado recibe el indulto, es ejemplo de un ambiente distinto, además de demostrar la capacidad de convocatoria que tenía el Águila no solo de adeptos y admiradores, sino de sus críticos y enemigos ( Cap. 60).

Pero tal vez la escena ambiental más sugestiva por lo que tiene de simbólica y sugeridora de interpretaciones, es la titulada Junto al río (Cap. 31) cuando el Águila se lanza a las aguas y se opera en él una especie de bautismo refrescante que le aclara sus pensamientos libertarios y su amor por la patria esclavizada por los españoles. La inmersión en las aguas del río le propicia una nueva reflexión sobre su vida y su destino. Finalmente: “Haló la brida de su animal y emprendió el descenso de la colina. Sabía cuán importante era la calma. Lo que se avecinaba era grueso de tragar”. Esta toma de conciencia de su responsabilidad como líder de la partida sediciosa, regirá sus acciones futuras. En este capítulo la narración alcanza matices de gran lirismo y delectación estética. El ambiente rupestre logrado mediante la descripción de bohíos, chozas, montes, quebradas, aperos domésticos y el lenguaje mismo, establecen los límites cronológicos y geográficos de la narración. Así lo podemos observar en el Cap. 24 cuando Águila se dirige al antiguo pueblo de Barros ( Orocovis), donde además del ambiente rural y humilde se percibe la atmósfera del miedo y contradictoriamente el espíritu de la hospitalidad. La atmósfera, ese estado especial de ánimo que se percibe en tal o cual ambiente, es elaborado por el autor con sumo cuidado y originalidad, por eso” el miedo es un bulto” dice el Águila cuando se enfrenta a un hecho sobrenatural inexplicable en el Cap. 18.

El lenguaje narrativo, caracterizante y ambientador

Una lectura superficial de la novela puede causarnos la impresión de que el autor tomó de modelo a los novelistas decimonónicos finiseculares como Manuel Zeno Gandía ( 1855-1930) autor entre otra novelas de La charca (1894); y más tardíamente al editorialmente resucitado Ramón Juliá Marín( 1878-1917), autor de Tierra adentro ( 1911) y La gleba (1912). Sin embargo esta impresión queda desleída generalmente a medida que comprendemos el mecanismo narrativo de Marcos Padua. No puede negarse un lejano eco de esa novelística que, el autor, académicamente, especialista en Literatura Puertorriqueña ha estudiado con cuidado y conoce al dedillo. Mas no se trata de un lenguaje epigonístico, sino más bien caracterizante. Si el protagonista y los demás actantes de la novela son decimonónicos, de nivel socioeconómico y socioeducativos populares, de limitada instrucción, el lenguaje tiene que obedecer a esos imperativos. Si bien es cierto que el autor emplea en boca del protagonista y sus seguidores aquellas modalidades de la fonética puertorriqueña a saber: aspiración de la “s” post nuclear o al final de sílaba, igualación o neutralización de las consonantes líquidas r/l, geminaciones consonánticas, además de casos comunes de aféresis, síncopas, apócopes y prótesis, en otras palabras, los llamados metaplasmos frecuentes en el habla popular. Igualmente aparecen como elementos caracterizantes los refranes, dichos y modismos propios del campesino puertorriqueño. Y es tal la abundancia de estos elementos en el discurso narrativo de Marcos Padua que, hasta el mismo narrador omnisciente y ubicuo que, generalmente se caracteriza por un lenguaje culto y refinado, en muchas ocasiones se contamina con el sistema expresivo de los personajes que él mismo ha caracterizado. Igualmente ocurre en la reproducción de la morfosintaxis de las expresiones de los campesinos, de manera tal que el texto narrativo es un ejemplo bastante ilustrativo del arcaico sistema expresivo de los puertorriqueños.

Hizo bien el autor al echar mano de estos recursos, pues de otro modo, si narraba desde una óptica contemporánea presentista, podía correr el riesgo de caer en un abominable anacronismo enajenante. En este sentido, por su fidelidad al pasado, la obra muy bien podría considerarse como un documental cinematográfico. Historia, anécdota, folclore, música, poesía, literatura, periodismo, y fotografía exquisitamente entretejidas en una fabulación artística digna de ser leída por todos y más específicamente por aquellos que desdeñan, por ignorantes, a nuestro pasado y dolorosas aventuras existenciales.

Queda meridianamente demostrado cómo las estructuras de la épica clásica surgen del sustrato anímico del autor y aparecen por derecho propio en un nuevo texto literario, y es que las mismas provienen de ese fondo común vivencial que Jung denominó el inconsciente colectivo. Para los humildes, como para todos los inclinados al orden de la divina justicia, José Maldonado, Águila Blanca, queda salvado para la historia por su heroicidad y buena voluntad, mal entendida por aquellos incondicionales de la oficialidad que siempre han existido, pero atesorada por los hombres libres de todos los tiempos.

Muchas gracias



[1] Ediciones Huracán, San Juan Puerto Rico, 2008, 272 páginas

[2] La fecha de nacimiento es: 18 de marzo de 1871 y falleció el 17 de enero de 1932.

Padres: José Félix Maldonado y María José Román

Abuelos:

Paternos- Ignacio Maldonado y Ana

Maternos-Eusebio y María Ramona Fernández

Padrinos: Genaro Villaronga y Cándida Villaronga

[3] Numero 1, Julio a Diciembre de 1985, págs: 40-41.

[4] Periódico de intereses generales, literatura, ciencias, anuncios y de información universal. Dirigido por Eugenio Deschamps. Redactores:

José Contreras Ramos y Eugenio Astol. Salió el 1º de agosto de 1898, desapareció en abril de 1899. (Vid: Antonio S. Pedreira, El periodismo en Puerto Rico, Cuba, Imprenta Úcar, García y Cía. , 1941, pág.369.

Las fechas de la publicación de la carta del Águila son:

26 de diciembre de 1898, 27 de diciembre de 1898 y 28 de diciembre de 1898.

[5] La Revista del Centro… Op. cit, “La fotografía histórica: Águila Blanca y sus guerrilleros”, pág. 141.

Una mirada a vuelo de... Aguila

Margarita Maldonado Colón

A setentiséis años de la muerte de José Maldonado Román, conocido también como el Águila Blanca, sale a la luz la novela Aguila de Reynaldo Marcos Padua, basada en esta figura de controvertible presencia en la historia puertorriqueña de finales del siglo XIX, y eje de múltiples discusiones sobre su significación y ejecutorias en ese período que marcó un hito muy importante en nuestra condición política como pueblo. No entraremos, para efectos de esta disertación en los pormenores de la controversia porque no es eso lo que nos ocupa en este momento, sino la novela de Marcos Padua como creación estética y recreación de un mundo que dejó de existir, pero que nos recuerda lo que fuimos para interpretar lo que somos como entes del devenir histórico.

La edición del libro fue trabajada con esmero por Ediciones Huracán y nos presenta una bella composición en la portada en la que figura la fotografía del Águila Blanca, rodeado por la silueta de un águila sobre un fondo antiguo. Es la imagen que muestra a José Maldonado Román cuando tenía alrededor de 25 años en la foto que siempre estaba sobre una mesita en la sala de la casa de Juana Estrada, su viuda. Siempre que le preguntábamos quién era aquel señor que nos miraba desde allí, ella respondía, seria y adusta: su abuelo.

Desde niña, la leyenda del Águila Blanca ha estado muy cerca de mí. Siempre escuché las historias sobre sus hazañas. Los pobres del barrio recibían pan, dinero y medicinas que obtenía de los ricos terratenientes a los que les exigía, mediante una nota, dinero para personas necesitadas. Era una especie de héroe, bueno y terrible a la vez. Había que hablar de él en voz baja y mirando hacia todos los lados para no ser descubiertos. Sabía que era un proscrito, alguien que estaba fuera de la ley, porque la ley no era justa. No fue justa con él cuando lo encarcelaron a la edad de once años, siendo un niño aún. Tampoco fue justa cuando los trabajadores trabajaban de sol a sol para ganar su sustento y lo ganado no alcanzaba para alimentarse, mientras el producto de su esfuerzo iba a engrosar las arcas de quienes los explotaban. En algún momento de su vida decidió reclamar justicia a los que los oprimían. Por eso lo admiré, como lo admiraban los que transmitían la historia de boca en boca. Quizá más, porque ante mis ojos de niña soñaba que la justicia debía ser igual para todos, y si no lo era, era justo que la reclamáramos a las buenas o a las malas. Eso fue lo que conocí del Águila Blanca, como lo llamaban los que de manera directa o indirecta lo conocimos. Este es el personaje que inspira a Reynaldo Marcos Padua a escribir su novela.

De la lectura de Águila hay que destacar, como acierto, la coherencia interna que organiza el relato en el que el autor recrea las postrimerías del siglo XIX, ―un fin de siglo que se caracteriza por la turbulencia e inestabilidad política y social producto de las ejecutorias de un régimen que se viene abajo― y, por otro lado, los albores de un siglo que inicia con otro régimen político de nuevas incertidumbres. La trama no trata solamente del personaje, pretexto para organizar y darle coherencia a un período de la vida puertorriqueña, sino también de la historia en sí. El autor teje el tapiz donde se encuentra contenida la complejidad de ese fin de siglo con los sucesos que lo caracterizarán como: la tiranía española y los compontes; la intentona de Yauco; las partidas sediciosas como respuesta al régimen de represión; la invasión estadounidense en 1898 con la ocupación militar por ese ejército; y, por último, el huracán San Ciriaco que pondrá con sus vientos un borrón y cuenta nueva a esa turbulencia finisecular. La narración culminará, con el encarcelamiento del Águila Blanca y confinará tras los barrotes, también, al ansia de libertad en los albores del nuevo siglo.

El autor nos regala en esta novela, una galería de personajes inolvidables y humanos como Sindo, hijo de esclavos, con la luz de la inteligencia opacada por la ignorancia; un Manolo Senda, periodista intrépido que desafía a las autoridades y que nos recuerda a Evaristo Izcoa Díaz; un periodista dominicano como Higinio Leschamp y su compatriota también exiliado, Sebastián Montesa, que nos trae a la mente a otros personajes históricos; un Isidro Ventura, visionario que raya en la locura; el Padre O’Neill, padre putativo de José Maldonado. Por otra parte, se nos presenta a los ladrones de levita, como los llamaría el Águila Blanca en la vida real: Agapito Sigüenza, juez corrupto; José Paniagua, prominente ciudadano inescrupuloso de Ponce, entre otros. La mujer aparece también representada en personajes como Claridad Cedeño, esposa del hacendado don Paco Alzada y amante del Águila; Martita, hija de un peón, que muere ahorcada; Tata, la sirvienta de Claridad; y Esperanza, la esposa de Sindo. Todas estas, marcadas por la desgracia. Las mujeres asociadas a la vida en las haciendas españolas, como Engracia Díaz de Paso, sin embargo, corren mejor suerte en la trama. Esto se debe a que son parte de la estructura de poder que prevalece en ese momento. Hay muchos personajes más, como los miembros de la partida del Águila Blanca, los campesinos, los hacendados, etc. que proveen riqueza al complejo panorama del universo novelesco que crea el autor.

Reynaldo Marcos Padua arma, pieza a pieza el rompecabezas que significa la vida del Águila Blanca y el momento histórico que le tocó vivir para darle significación y sentido, muy distinto a como se ha tratado de hacer, al desconectarla de su contexto histórico e interpretarla con una visión ajena, desde una época muy distinta a la que se desarrollaron los hechos. La novela, siendo ficción, da la impresión de que es la vida del Águila Blanca y los datos que los historiadores no pueden conectar están bien correlacionados en la trama. El narrador se ubica en una posición donde sus simpatías o antipatías quedan a un lado para observar la historia que crea basándose en los acontecimientos históricos que pudieron provocarlos, desde la perspectiva del intelectual que la interpreta. Es un universo novelesco mediatizado por la visión de mundo del autor que traduce en el texto la aspiración a ordenar, sin enjuiciarlo, el caos del pasado histórico y su repercusión en la conciencia colectiva que ha creado el mito del Águila Blanca. De ese modo, reconstruye fragmento a fragmento la historia y la vida del personaje que alienta su obra.

La memoria colectiva ha salvado del olvido al Águila Blanca. También los historiadores en su afán de perpetuar el mito o de destruirlo. La figura se yergue desde el pasado para que miremos cómo fuimos. Perdura en la memoria colectiva de las clases populares que encontraron en él el símbolo más accesible a la necesidad de una figura justiciera que asumiera su representación ante la historia en momentos en que se ha querido arrancar de cuajo un pasado histórico y revolucionario. La historiografía también tiene elementos de ficción en tanto y en cuanto está mediatizada por la conciencia del historiador que consciente o inconscientemente la interpreta desde su visión de mundo. Lo que puede parecer reaccionario en el presente, en su momento pudo haber sido revolucionario. Posar con una partida, enarbolando la bandera monoestrellada, en una acción sin precedentes, es un acto político de afirmación puertorriqueña. Se ha querido despojar de esa significación al Águila Blanca y a su partida y no ha habido forma de que esa visión burguesa se disipe.

A la tradición oral, a la historiografía, se unen la literatura y el arte en general como vehículos para descifrar el pasado y el presente. Y no hay nada que pueda impedir que se interprete la historia con los instrumentos que mejor puedan expresar ese conjunto de preocupaciones, aspiraciones e ideas que posee el sujeto de la creación cultural. Es legítimamente genuino.

En la novela Águila, Reynaldo Marcos Padua toma los hechos históricos y los literaturaliza, crea los eslabones ausentes en la cadena de la historia y recrea la historia posible, la que no se puede componer con el dato escueto y desnudo. Viste la historia con el traje de la literatura y le confiere significación y contenido a lo que la memoria colectiva y los datos escritos conservan a través del tiempo. Esto nos recuerda en algo la novela El general en su laberinto, de Gabriel García Márquez en la que el ilustre escritor llena los espacios vacíos de los últimos días de la vida de Simón Bolívar y nos entrega una imagen más humana que la que los libros de historia podrían reconstruir. De ese modo, también podemos afirmar, que Reynaldo Marcos Padua nos entrega en su novela a un José Maldonado Román más humano, con sus aciertos y sus contradicciones.