martes, 10 de marzo de 2009

Estructura épica en la novela histórica Águila[1], de Reynaldo Marcos Padua


Por: Marcelino J. Canino Salgado

Cuando yo estaba en prisiones

con lo que me entretenía

era con los eslabones

que mi cadena tenía…

(Cantar popular)


La persona histórica de José Maldonado[2], conocido con los apelativos de Águila Azul, por unos y más tarde como Águila Blanca por otros, ha sido ambiguamente tratada por el juicio de historiadores contemporáneos que, a todas luces se afilian a la línea del puro y constatable documento histórico penal oficial. Sin embargo, el que fue mirado con ojos de cariño y admiración como héroe popular, fue también el abominable y temido delincuente enemigo de los terratenientes españoles y puertorriqueños explotadores del XIX finisecular. Esta dicotomía nos obliga a ser sumamente cautelosos con la lectura e intelección de documentos oficiales que sólo reflejan la óptica de los poderosos. Como contrapeso, no hay más remedio que acudir a las fuentes orales y a los testimonios de quienes conocieron o se relacionaron con la histórica figura.

Así puede observarse en las décimas que sobre el Águila escribió don Ángel Pacheco Alvarado, trovador natural de Peñuelas, a quien profesaba gran admiración y de las que cito solo tres estrofas:

I

Era José Maldonado

o Pepe, “El Águila Blanca”

hombre de palabra franca

y de espíritu elevado.

Muchas veces fue acusado

Por la insensata opinión

De bandolero y ladrón

Porque con limpia hidalguía

Los abusos combatía

De la hispánica opresión.

IV

Está José Maldonado

En varias fotografías

de Evaristo Izcoa Díaz

amigablemente al lado.

Así deja comprobado

Lo que “Águila Blanca” era

Junto a la figura austera

Del periodista y patriota,

Que luchó por dejar rota

La infame cadena ibera.

VI

Pepe fue un recalcitrante

Serio enemigo de España

Que la combatió con saña

Con corazón de gigante.

Boricua que en cada instante

Que de hacer algo tenía

Atacó a la policía

De aquel régimen despótico,

Porque luchaba, era lógico

Por nuestra soberanía.

El vilipendiado José Maldonado es para algunos historiadores y seudo historiadores un delincuente común. Para otros un héroe de la misma naturaleza que Robin Hood. Ricardo Alegría, quien recoge las décimas de labios del trovador peñolano, al reproducirlas en La Revista del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y El Caribe,[3] en una breve nota, califica a José Maldonado, “ El Águila blanca” como “ ilustre patriota”. Esa dualidad de criterios sobre el Águila Blanca queda magistralmente resumida en la Tercera parte de la narración de Marcos Padua, Capítulo 60, titulado Indulto (Páginas 165-167).

No queda lugar a dudas que, sobre todo, en la zona geográfica de Ponce, la figura de José Maldonado dejó una impronta indeleble en las almas de los ciudadanos humildes contemporáneos y coterráneos del notorio personaje quien sufrió presidio y las humillaciones más cruentas que podamos imaginar, generalmente por crímenes vulgares no cometidos por él. José Maldonado era en cierta medida un icono de la rebeldía y un desacralizador de un sistema plagado de injusticias contra los humildes y desprotegidos. Para el stablisment era un peligro en potencia y en acto. No había más remedio que destruirlo. El líder de las llamadas “partidas sediciosas” habitó en dos mundos: el del vituperio y el de la alabanza. Hoy, además de los juicios parciales de los historiadores, la cosa ha cambiado poco: José Maldonado habita en el mundo de una historia prejuiciada y oficialista y en un mundo más exquisito para su memoria: el mundo inexorable de la literatura, en la antesala del mito.

En efecto, cualquier persona de relativa instrucción cultural sabe el axioma de que “ la historia la escriben los vencedores” y a los vencidos solo les queda la añoranza, la melancolía: impulsos inestimables para la creación literaria y el arte en general. A los supuestamente vencidos y sojuzgados solo les queda el recurso del cantar folclórico, de la literatura…

El escritor puertorriqueño, Reynaldo Marcos Padua, conocido por sus innumerables publicaciones y aportaciones a nuestra literatura patria, rescata literariamente la figura histórica de José Maldonado de manera asombrosa. No se trata de una historia biográfica novelada fundamentada meramente en documentos, sino de una ficción narrativa donde la verosimilitud literaria se confunde con la realidad documental. Es un ejercicio excelente de lo que la “retórica” denomina “ ars invenit”, arte de la invención. Y Reynaldo Marcos Padua, literariamente ha logrado un meta-meta discurso literario, pues bajo la aparente narración novelesca nos ofrece una sabrosa epopeya criolla. Un análisis de la estructura de su narración nos lo demostrará.

La obra está dividida en seis partes a través de 85 capítulos de variada extensión, entre 1 y 10 páginas aproximadamente. Aunque enlazadas en sucesiones lógicas, cada parte es esencialmente autónoma. Hay, por otro lada una perfecta distribución isotópica entre los espacios narrativos y la semántica de los mismos, ejemplo de equilibrio en la fábula.

Comienzo in media res: La partida de sediciosos

El comienzo “in media res”, característico de las epopeyas clásicas, es empleado por el novelista para adentrar de inmediato al lector en la acción narrativa. La partida sediciosa, bajo la dirección de Pepe Maldonado acababa de incendiar un enorme cañaveral para crear la ruina de un portentoso hacendado y de esta manera hacerle sentir el poder de los que no tienen poder… La descripción vívida del incendio crea una atmósfera de sofoco ante el calor , y la magia de la sinestesia se hace notar entrecruzándose el sentido visual con el del olfato, además del auditivo: ¡una orgía de sensaciones diversas! que puntualizan el agitado ambiente rupestre.

No obstante la presentación inmediata de la acción delictiva, la novela comienza con un delicioso párrafo que nos parece una acuarela o paisaje propio de Francisco Oller:

“Durante la madrugada, cabalgaron por riscos y malezas, hasta el momento en que notaron el sol naciente. Al horizonte, una azulosa témpera transformaba en humo el rocío dispersado sobre hojas y tallos.”

O este pasaje con el que se inicia el Capítulo 25, Águila azul, sigue…

“ Apagaron el quinqué. La noche alzó las alas negras y pintadas de sueños. El sol se coló por las rendijas de la choza. Tan pronto amaneció, un haz de luz dio directamente sobre el rostro del visitante. Abrió los ojos y volvió a escuchar despierto el cantío del gallo que creía haber oído en entresueño”.

Y esta capacidad lírica no es extraña a la epopeya aunque lo esencial en ella sea lo narrativo, la presentación de la acción o las acciones en el proceso de su desarrollo.

Los caracteres y su representación

Considero que en el sustrato anímico narrativo del “ingenio invenuit” de Marcos Padua quedó como fondo común a sus creaciones el modelo de la épica griega, sobre todo de la Ilíada, tal como la recoge Pisitrato en la versión que todos conocemos. Advierto que críticamente no pretendo hacer aquí un psicoanálisis literario, pero sí un asomo a las corrientes jungianas del inconsciente colectivo. Veamos:

En las rapsodias números tercera y cuarta de la Iliada, el poeta presenta detalladamente a los guerreros que toman parte en la contienda y señala las virtudes de cada uno de éstos, hasta llegar, finalmente, a la Aristíada de Diomedes Tidida.

Marcos Padua hace lo propia al señalar los 13 miembros que, a parte de Maldonado, formaban la partida originalmente. Tanto el 13 como el 14, son números propiciatorios comunes en la tradición épica grecolatina e hispano románicas. Después de la presentación de los miembros de la partida sediciosa, el autor dedica a los más importantes un capitulo por separado donde narra sus características y virtudes y, en algunos casos, como el del carbonero “el negro Sindo”, (hipocoro de Gumersindo) se sugiere una aristiada donde se pone de manifiesto su excelencia su “areté” respecto de la fidelidad guardada a Pepe Maldonado, el Águila…..

En esta galería entrelazada por caracteres y perfiles de los personajes, Marcos Padua entrevera elementos caracterizantes del Águila Blanca y sus hechos biográficos, muchos de carácter histórico, pero otros de naturaleza facticia, no ficticia y por eso verosímiles. Personalmente me conmovió el Cap. 4, Un niño en la cárcel, donde se llega al alma del preadolescente encarcelado mediante las cavilaciones y meditaciones sobre el color gris. Dice el narrador:

“El gris es también un color de muerte. En la vida, el color que a los ojos de un niño, envejecido de súbito, elimina los otros espectros de luz. Hay en el gris como un distanciamiento, una frialdad, cierta certeza de la libertad, el envés de la libertad, la imposible inocencia. Las lágrimas ya no son transparentes; sino grises, a través de las cuales el arco iris no se rompe en su prisma. Permite tan solo una triste mezcolanza de lo oscuro y lo blanco, como si la tiniebla y la luz cohabitaran en maridaje nefando. Cualquier niño en el campo ve las horas del día que no pasan y la noche es una huésped más, inoportuna, que le avisa del ahora en pausa, que ya el disfrute cambia, hay que irse a cenar, a dormir. Pero, la cárcel…”

No deja de apretarnos el corazón estos pensamientos y los siguientes párrafos que describen el angustioso tedium vitae de un mozuelo malamente apresado, sin otras consideraciones que la castigar los errores cometidos por un jovencito: ¡ La terrible y nefasta doctrina de los escarmientos!

La caracterización dinámica del protagonista se dispersa a través de toda la narración, solo después de concluida la lectura del texto nos queda una clara prosopografía tridimensional del personaje.

Prosopopeyas sorprendentes

Hay en la narración tres personajes etéreos, pero presentes, no se dejan ver, pero se sienten. Uno: el rumor, ronda por todos los espacios, se hace sentir de soslayo entre todos los niveles socioeconómicos. Y así, porque cuando se desconfía de las fuentes oficiales de información, no queda más remedio que prestar oídos a la murmuración. Entonces, el rumor hace de las suyas y propicia la intriga.

El otro personaje etéreo es el miedo, eriza la piel, acelera las palpitaciones del corazón, nos hace ver lo que no existe y nos impele muchas veces a realizar acciones equivocadas o irrisorias. El miedo, producto de la inseguridad, nos hace esclavos del absurdo.

De igual modo se presenta la etérea imagen del tiempo con su vestimenta siempre novedosa, pero imperceptible. Así cuando el narrador omnisciente escribe: “ El año mil novecientos tocó a las puertas de un país desolado: trauma de una serie de eventos donde la prioridad de grande de como chico, potentado o peón, era simplemente satisfacer, en medio de la total desdicha, la cotidiana subsistencia.” Y es que el tiempo todo lo nivela, todo lo iguala. No podemos lidiar contra él: Sic transit gloriae mundi. Todo pasa, nada permanece…Y como dice una copla tradicional de matiz filosófico, cantada como consuelo por nuestros campesinos del pasado:

“Nada en esta vida dura

fenecen bienes y males

y una triste sepultura

a todos nos hace iguales.”

Los dos planos

Como en la épica clásica, en esta narración hay dos planos. No son dos estadios, uno divino, de dioses inmortales y otro de humanos mortales. Aquí, en la narración de Marcos Padua, el doble plano está constituido de un lado, por los poderosos, explotadores y usurpadores. No son eternos, pero se creen eternos, de aquí la sucesión de sus herencias y fortunas, generalmente mal habidas. El otro plano, el de los humildes, los pobres, los que luchan y trabajan de sol a sol, los explotados, tampoco son eternos, pero recuerdan entre sí a la esperanza de la eternidad, porque “bienaventurados los que sufren porque de ellos es el reino de los cielos”.

Ars amplificatio

Una de las características de la epopeya es su visión macroscópica de la realidad, coherente, no segmentada. Lo que es microscópico por naturaleza, alcanza la dimensión que proporciona el vidrio de aumento del cantor o autor. Los detalles, por breves que sean no pasan desapercibidos. Mas la fuente de macroscopía como arte de la invención para Reynaldo Marcos Padua, en esta obra en específico, procede del periodismo de finales del XIX.

Un escrito finisecular, impecablemente redactado con gran soltura por José Maldonado, no como auto-apología, sino más bien como explicación a la sociedad de la que, a pesar de todo, era miembro, constituye la principal fuente de información del laureado novelista Marcos Padua. El hecho no es solo una forma de tratar de salvar el pellejo y la proyección social de alguien a quienes los de arriba, los poderosos veían como un facineroso peligroso y hostil, confundido política y socialmente, si no muy por el contrario, una forma de exponer su propia verdad, la que debía ser conocida por los lectores de la prensa El Correo de Puerto Rico, sobre todo los de la región de Ponce[4]

Un Ulises incansable

Para buscar paz y tranquilidad y escapar de las injustas persecuciones contra su persona, José Maldonado acude al dominicano Sebastián Montesa a quien quisieron asesinar los conservadores, para solicitarle a éste que lo llevase consigo embarcándose ambos hacia Nueva York. Allí el Águila se presentó ante la delegación cubana y fue enviado a Cuba en una expedición, de la que regresa a Nueva York herido. Decide esperar las fuerzas expedicionarias que vendrían a atacar a Puerto Rico para volver en ellas a la Isla. El mismo Maldonado refiere:

El tema de la Némesis se manifiesta conspicuamente y José Maldonado, como si tratara de huir de su Moira fatal, termina aparentemente aceptando o reconciliándose con su cruel destino. La relación con Montesa, Deschamps y otros perseguidos lo impele a viajar a Santo Domingo y a rechazar los crímenes de Lilís y sus sicarios. Mas el norte de Maldonado fue siempre Puerto Rico y su destino final, la familia.

Así también el tema de la “menis”, presente en la cólera que ánima a José Maldonado contra el gobierno español, sus injusticias y sus seguidores incondicionales. Al principio la “menis” se manifiesta exclusivamente contra los hacendados afectos al régimen, más tarde, casi al final de sus años de rebeldía, pero con mayor madurez, la cólera parece encaminarse contra los nuevos invasores norteamericanos. De ahí el capítulo 50 donde el perspicaz narrador describe en una detallada écfrasis literaria la foto donde aparece el Águila montado a caballo, probablemente en el área de Guánica; estampa a la que nos referiremos más adelante.

Realidad y verosimilitud

Pero la literatura es mucho más que un entramado histórico, es en cierta medida un intento por expresar lo “inefable de lo absoluto”, un ennoblecimiento de la memoria colectiva cuando se trata de los asuntos del pueblo y del bien común. Reynaldo Marcos Padua ha enriquecido la base histórica del relato épico con la creación y concatenación de elementos afines a la época en que vivió el histórico personaje. La referencias a las creencia espiritistas, a las sociedades secretas como La Torre del Viejo, la búsqueda de tesoros y entierros perdidos y declarados y donados por almas en pena, la alusión a la invasión norteamericana a la Isla y a los cantares folclóricos que ésta inspiró en los trovadores del pueblo, los entretenimientos grupales de juegos de azar y las archiconocidas décimas sobre el tema de Carlomagno, Fierabrás y los XII Pares de Francia, el écfrasis narrativo de la foto del Águila y su partida sediciosa con la Monoestrellada flotando contra el viento como si fuera un ala victoriosa, aprecida en Our Island and their People, tomada el 4 de junio de 1899 y que Ricardo Alegría cree fue tomada en Guánica “donde Águila Blanca y sus guerrilleros tuvieron algunos encuentros con las tropas norteamericanas”.[5]

Ambiente y atmósfera

Aparte del tema político y del de la venganza y Némesis, entre los recursos literarios empleados por el narrador, es encomiable su capacidad para la creación y recreación de los ambientes escénicos que oscilan entre la ruralía, los agrestes montes y los limitados contornos urbanos los que no se limitan a Puerto Rico puesto que Marcos Padua relata la estadía de José Maldonado en Santo Domingo. Los espacios narrativos son tanto abiertos como cerrados, públicos o domésticos. La entrevista de Maldonado con el Monseñor Oneida de Santo Domingo (Cap. 77) es un buen ejemplo de un ambiente cerrado e intimista. La multitud que se congrega cerca de la plaza en Ponce cuando Maldonado recibe el indulto, es ejemplo de un ambiente distinto, además de demostrar la capacidad de convocatoria que tenía el Águila no solo de adeptos y admiradores, sino de sus críticos y enemigos ( Cap. 60).

Pero tal vez la escena ambiental más sugestiva por lo que tiene de simbólica y sugeridora de interpretaciones, es la titulada Junto al río (Cap. 31) cuando el Águila se lanza a las aguas y se opera en él una especie de bautismo refrescante que le aclara sus pensamientos libertarios y su amor por la patria esclavizada por los españoles. La inmersión en las aguas del río le propicia una nueva reflexión sobre su vida y su destino. Finalmente: “Haló la brida de su animal y emprendió el descenso de la colina. Sabía cuán importante era la calma. Lo que se avecinaba era grueso de tragar”. Esta toma de conciencia de su responsabilidad como líder de la partida sediciosa, regirá sus acciones futuras. En este capítulo la narración alcanza matices de gran lirismo y delectación estética. El ambiente rupestre logrado mediante la descripción de bohíos, chozas, montes, quebradas, aperos domésticos y el lenguaje mismo, establecen los límites cronológicos y geográficos de la narración. Así lo podemos observar en el Cap. 24 cuando Águila se dirige al antiguo pueblo de Barros ( Orocovis), donde además del ambiente rural y humilde se percibe la atmósfera del miedo y contradictoriamente el espíritu de la hospitalidad. La atmósfera, ese estado especial de ánimo que se percibe en tal o cual ambiente, es elaborado por el autor con sumo cuidado y originalidad, por eso” el miedo es un bulto” dice el Águila cuando se enfrenta a un hecho sobrenatural inexplicable en el Cap. 18.

El lenguaje narrativo, caracterizante y ambientador

Una lectura superficial de la novela puede causarnos la impresión de que el autor tomó de modelo a los novelistas decimonónicos finiseculares como Manuel Zeno Gandía ( 1855-1930) autor entre otra novelas de La charca (1894); y más tardíamente al editorialmente resucitado Ramón Juliá Marín( 1878-1917), autor de Tierra adentro ( 1911) y La gleba (1912). Sin embargo esta impresión queda desleída generalmente a medida que comprendemos el mecanismo narrativo de Marcos Padua. No puede negarse un lejano eco de esa novelística que, el autor, académicamente, especialista en Literatura Puertorriqueña ha estudiado con cuidado y conoce al dedillo. Mas no se trata de un lenguaje epigonístico, sino más bien caracterizante. Si el protagonista y los demás actantes de la novela son decimonónicos, de nivel socioeconómico y socioeducativos populares, de limitada instrucción, el lenguaje tiene que obedecer a esos imperativos. Si bien es cierto que el autor emplea en boca del protagonista y sus seguidores aquellas modalidades de la fonética puertorriqueña a saber: aspiración de la “s” post nuclear o al final de sílaba, igualación o neutralización de las consonantes líquidas r/l, geminaciones consonánticas, además de casos comunes de aféresis, síncopas, apócopes y prótesis, en otras palabras, los llamados metaplasmos frecuentes en el habla popular. Igualmente aparecen como elementos caracterizantes los refranes, dichos y modismos propios del campesino puertorriqueño. Y es tal la abundancia de estos elementos en el discurso narrativo de Marcos Padua que, hasta el mismo narrador omnisciente y ubicuo que, generalmente se caracteriza por un lenguaje culto y refinado, en muchas ocasiones se contamina con el sistema expresivo de los personajes que él mismo ha caracterizado. Igualmente ocurre en la reproducción de la morfosintaxis de las expresiones de los campesinos, de manera tal que el texto narrativo es un ejemplo bastante ilustrativo del arcaico sistema expresivo de los puertorriqueños.

Hizo bien el autor al echar mano de estos recursos, pues de otro modo, si narraba desde una óptica contemporánea presentista, podía correr el riesgo de caer en un abominable anacronismo enajenante. En este sentido, por su fidelidad al pasado, la obra muy bien podría considerarse como un documental cinematográfico. Historia, anécdota, folclore, música, poesía, literatura, periodismo, y fotografía exquisitamente entretejidas en una fabulación artística digna de ser leída por todos y más específicamente por aquellos que desdeñan, por ignorantes, a nuestro pasado y dolorosas aventuras existenciales.

Queda meridianamente demostrado cómo las estructuras de la épica clásica surgen del sustrato anímico del autor y aparecen por derecho propio en un nuevo texto literario, y es que las mismas provienen de ese fondo común vivencial que Jung denominó el inconsciente colectivo. Para los humildes, como para todos los inclinados al orden de la divina justicia, José Maldonado, Águila Blanca, queda salvado para la historia por su heroicidad y buena voluntad, mal entendida por aquellos incondicionales de la oficialidad que siempre han existido, pero atesorada por los hombres libres de todos los tiempos.

Muchas gracias



[1] Ediciones Huracán, San Juan Puerto Rico, 2008, 272 páginas

[2] La fecha de nacimiento es: 18 de marzo de 1871 y falleció el 17 de enero de 1932.

Padres: José Félix Maldonado y María José Román

Abuelos:

Paternos- Ignacio Maldonado y Ana

Maternos-Eusebio y María Ramona Fernández

Padrinos: Genaro Villaronga y Cándida Villaronga

[3] Numero 1, Julio a Diciembre de 1985, págs: 40-41.

[4] Periódico de intereses generales, literatura, ciencias, anuncios y de información universal. Dirigido por Eugenio Deschamps. Redactores:

José Contreras Ramos y Eugenio Astol. Salió el 1º de agosto de 1898, desapareció en abril de 1899. (Vid: Antonio S. Pedreira, El periodismo en Puerto Rico, Cuba, Imprenta Úcar, García y Cía. , 1941, pág.369.

Las fechas de la publicación de la carta del Águila son:

26 de diciembre de 1898, 27 de diciembre de 1898 y 28 de diciembre de 1898.

[5] La Revista del Centro… Op. cit, “La fotografía histórica: Águila Blanca y sus guerrilleros”, pág. 141.

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