domingo, 16 de septiembre de 2007

El envés de la frontera



El envés de la frontera es una colección de cuentos cuyo tema unificador es la muerte. Los cuentos recogen una gama temática que va desde la muerte física, la muerte de la conciencia histórica y de la identidad nacional, mediante la asimilación política hasta el cambio político, cultural e idiomático; la muerte de los principios morales, personales, entre otros. Aborda el cuestionamiento de la razón de ser ante la amenaza de desintegración de la conciencia individual y colectiva.

La autora de la novela El umbral del tiempo, retoma aquí los temas históricos, pero también asoma a la cotidianidad. Como narradora de los setenta, Maldonado incursiona en el tema político-histórico: Tato Albizu, Leroi de Lamerde y Carta a doña Fela, El primer día de la historia, con ópticas distintas, la sátira, el relato evocativo o el directamente cinemático y esclarecedor. El tema de la música: Sus ojos se cerraron, sobre Carlos Gardel, o Ho capito che ti amo, sobre el cantante italiano suicida de los años sesenta, Luiggi Tenco. Los temas directamente relacionados con la cotidianidad se relatan en El fugitivo, La gan mole, La nche que los coquíes callaron, Viaje al olvido. Particularmente entrados en el tema de la muerte figuran el que da título a la colección y el magistralemnte logrado Una lágrima se evapora. Luna de medianía es del tema mortuorio sobre el caso de Adolfina Villanueva, asesinada ya hace años en un desahucio a manos de la uniformada y que ha inspirado a más de un autor nuestro por su desgarrador asunto temático. Todas estas narraciones demuestran un maneja de las técnicas narrativas y dominio firme del lenguaje como han visto quienes hayan leído su novela.

Con esta colección de cuentos la editorial Los libros de la Iguana lanza la narrativa de una escritora tenaz en su empeño, talentosa y lograda como fabuladora de nuestros aconteceres nacionales y, a la par, creadora de un mundo particular que su estilo personal configura de manera singular y de indudable logro artístico.

Margarita Maldonado Colón, toabajeña nacida en Bayamón, Puerto Rico. Posee una Maestría en Artes de la Universidad de Puerto Rico con concentración en Estudios Hispánicos. Su cuento El primer día de la historia fue premiado por el Ateneo de Puerto Rico en 1998 en el certamen celebrado en conmemoración del centenario de la invasión americana a Puerto Rico. Publica El umbral del Tiempo en agosto de 2005, novela premiada por el PEN Club de Puerto Rico ese mismo año. Tiene varias novelas inéditas, La tierra de los muertos, Historieta de amor y El tiempo del umbral, continuación de su novela publicada.


El envés de la frontera
por Margarita Maldonado Colón

Ocurrió justo cuando traspasó una barrera de sonido semejante a estallido de cristales. Un leve fulgor opacó sus ojos por un segundo. Miró por el retrovisor y vio la carretera alargándose tras de sí. Miró también hacia el lado y el paisaje lucía límpido, con el sol mañanero de las siete iluminándolo todo con una suave luz. Hacia el frente, la carretera se extendía al horizonte por la llanura donde se vislumbra el mar. El cielo, bien azul.

Bajó el cristal de la ventanilla para disfrutar el roce de la brisa en la cara. Aceleró y volvió a frenar ante el semáforo con luz roja. No vio nada anormal excepto que, ese día, a esa hora, a la hora del tapón infernal de todas las mañanas, no había automóviles en la vía pública desde que salió de su casa, como de costumbre, hacia el trabajo. Lo atribuyó a esas cosas raras que a veces pasan en el país, últimamente errático entre dimes y diretes de los que están al mando. Quizá la gente se molestó porque anunciaron una campaña de bloqueos en las carreteras para multar a quienes tengan aún pegados al cristal la ristra de marbetes de los últimos años. Parecía que la gente ¡al fin!, decidió hacer algo contra quienes la drenan, y declaró un boicot quedándose en casa. Buena idea, y ella quien siempre apoya todas esas iniciativas, no se enteró porque, a su vez, también decidió declararle un boicot a la prensa que siempre da realce a la demagogia de politiqueros de mentalidad pequeña que olvidan todo lo demás como si no pasara nada más en el universo. En fin, esas cavilaciones pasaban por su mente cuando recordó el sonido estridente de cristales astillados de unos minutos antes. Hizo memoria y recordó que en el preciso momento del estallido, vio un resplandor casi imperceptible que la cegó momentáneamente. Al no ver ninguna razón, le restó importancia al suceso y prosiguió.

Pronto notó cómo el paisaje cambiaba paulatinamente a medida que avanzaba; ya no lucía tan nítido como minutos antes. El árbol frondoso y verde hasta ayer, estaba deshojado, seco y sus ramas simulaban una garra arañando el cielo densamente nublado. Las nubes, en movimiento lento y constante, se fueron aglutinando en un punto lejano en el horizonte formando un conglomerado. Allí un rayo partió en dos el paisaje. Hay tempestad otra vez, pensó. El clima está bien impredecible. Un día, sol tropical, azul y verde por todas partes y otro, negro y tempestuoso; últimamente más tempestuoso que soleado. Hoy mismo... salí de casa con una mañana preciosa y ahora mírame aquí en esta casi noche prematura. El tan cacareado calentamiento global... Un día de estos estalla el globo y los responsables tendrán que ponerse su riqueza en... Si es que en el más allá les puede servir para algo...

Siguió por la carretera ahora larga y recta, hacia su trabajo. Observó ausencia de transeúntes, como antes la de automovilistas. Raro... El país está errático, qué más se puede esperar. Bien estamos con todas las cosas que suceden...

En el siguiente semáforo dobló a la izquierda, pasó el puente y avistó el agua del río en su ruta hacia la desembocadura allá en el horizonte. Parecía una enorme y larga boa plateada penetrando una oscura niebla. El agua reflejaba el color gris negruzco del cielo. Aceleró por la cuesta que sube al pueblo y fue entonces cuando percibió, vagando por las aceras, unos destellos parecidos a formas humanas ambiguas, de un extraño fulgor evanescente. De vez en cuando, alguien se entremezclaba con aquellas extrañas formas. Parpadeó varias veces para despejar la mirada. Parece que se avecina otro bajón de azúcar, pensó. Debo desayunar tan pronto llegue. Al pasar el museo, entró por la calle paralela a la plaza, dobló a izquierda por la lateral, nuevamente a izquierda y se estacionó frente a la iglesia.

Al bajar, miró como siempre, hacia la plaza y vio los faroles encendidos. El oscurecimiento prematuro puede deberse a un eclipse, reflexionó. Miró hacia arriba en busca de alguna señal. Sólo nubes y, de vez en cuando, unos destellos que surcaban aquel cielo que le parecía vivo. Seguidamente, fijó la mirada hacia la plaza y se inquietó al ver varias sombras deambulando por las aceras adoquinadas. Sintió un pavor que la sobrecogió y se alojó en el centro de su pecho como un turbión. Miró temerosa, de reojo, nuevamente, pero ¡ésas no son sombras o mejor dicho, son sombras al revés, o sea, sombras luminosas! Sin entender lo que pasaba, corrió despavorida hacia el edificio donde trabajaba, tropezó con una persona extrañamente vestida a la antigua, que casi la atropella a su paso, y entró intempestivamente. Se detuvo abruptamente. La sala de espera, ¡está ocupada por otras sombras luminosas!, ¡horror, Dios mío, ayúdame! ¿Qué me está pasando? Una persona, recostada en una esquina del salón, la miró con cierta compasión que no pudo explicarse. Entró corriendo en busca de sus compañeros para advertirles y pedirles que la ayudaran. Atravesó la sala de espera, subió la escalera corriendo y se le viró un pie, se tambaleó, se apoyó con dolor, pero no se dejó caer.

El segundo piso estaba solitario. Olvidó que siempre es quien llega primero y no vio al conserje, el único que estaría allí a esa hora. Caminó cojeando y se recostó contra la pared de la pequeña oficina que ocupa diariamente. Observó la falta de iluminación en el ámbito. Se fue la luz y la planta eléctrica no funcionó. Pudo calibrar, bastante confundida y con palpitante sensación, el horror sentido unos segundos antes sin poder explicarse lo que estaba ocurriendo. Dios mío, ¿qué es esto? Y yo que creía que los fantasmas no existen. Si llegara alguien más... No se atrevía salir. Se sentía acorralada. De pronto vio, una de aquellas figuras subir por la escalera y penetrar en el recinto. Aterrada, corrió y se encerró en su oficina. Trató de no hacer ruido y pasar inadvertida. Se asomó por el cristal, a manera de ventanilla, para ver hacia el pasillo. Nada. La figura siguió su trajín, ajena a su presencia. Parecía la silueta distorsionada de un hombre. Ahora estaba detenido, semi inclinado hacia el frente, haciendo unos movimientos rítmicos con los brazos hacia delante y hacia atrás y, a ratos, daba dos o tres pasos hacia los lados o hacia atrás y hacia delante. Encontró alguna semejanza con la rutina mañanera del conserje. ¡Pero, si esa silueta se parece a Vidal! Temblaba desde su esquina, sin comprender nada. La figura resplandecía a ratos y a veces casi se desvanecía. Ella se estrujaba los ojos para aclarar la visión, temiendo algún problema oftalmológico. Debe ser el azúcar... Volvía a asomarse a la ventanilla para atisbar y se repetía el mismo patrón. Se acuclilló encogida contra la pared de la pequeña oficina y rodeó sus piernas con sus brazos en una posición parecida a la fetal, en un intento de auto protección o de ocultamiento. Allí se dejaría morir si era necesario, antes de volver a pasar por entre las siluetas. Allí la encontrarían sus compañeros cuando la echaran de menos. Allí la vendrían a buscar los paramédicos cuando reportaran que estaba alucinando.

Estuvo breves minutos con los ojos cerrados apretadamente en aquel estado cuando oyó que abrían la puerta. Sintió un desvanecimiento acompañado de un frío súbito que le bajaba al estómago, al mismo tiempo que se le erizaban todos los vellos del cuerpo cuando vio ¡al fantasma! entrar a la oficina haciendo los sinuosos movimientos que notó antes. Como activada por un resorte, saltó y quedó parada poniendo en acción sus adoloridos pies para correr hacia la escalera y bajar entre las incandescentes sombras que subían haciendo extraños movimientos con unas especie de falanges parecidas a brazos. Atravesó de nuevo la sala de recepción en el intento de salir a la calle. La cruzó velozmente y, casi sin respiración, se detuvo un breve momento frente al auto para recuperar su aliento. Vio que por la plaza iluminada por los faroles en aquella inusitada noche prematura había varias personas sentadas en los bancos y otras paseando. Las extrañas sombras luminosas se entremezclaban con las personas. Le pareció reconocer a un hombre que la saludaba desde el banco donde estaba sentado y trató de recordarlo, pero no estaba segura; creyó que se trataba de alguien muerto tiempo antes. Posiblemente la información sobre tal deceso era incorrecta. Intentó abrir la puerta del auto para escapar de aquel lugar y de aquella situación inverosímil. ¡El mundo acabó por volverse loco! De pronto, se le enfrió el alma: una mano se posó sobre su hombro. Giró y vio, incrédula, que la mano pertenecía a su abuela; a su abuela que para ese momento debería tener, ¿Cuánto? ¿120 años? La miró, incrédula, de arriba abajo. La anciana, de cara bondadosa y sonrisa condescendiente la miraba con un raro fulgor en los ojos. ¡Abuela! ¡No puede ser! ¿Qué haces aquí? Ella la miró con pena, comprensiva, y le dijo: Ven, adonde vas no necesitas el carro, caminemos. Sintió una tranquilidad infinita. Ya no importaban las figuras espectrales. Abuela está aquí conmigo. No estoy sola. Tomó el brazo que le ofrecía la anciana y se dejó guiar. Te esperan, llegó tu hora, dijo. Caminemos, sugirió. Caminaron frente a la iglesia, doblaron a la izquierda calle abajo, bajaron la cuesta para salir del pueblo, llegaron al puente y se detuvieron allí a contemplar la boa plateada que fluía hacia la desembocadura en el horizonte. La abuela movió ligeramente el brazo para indicarle que ya debían continuar. Caminaron hasta la carretera y, en el semáforo, giraron a mano izquierda para seguir la vía que las conduciría a aquel horizonte espectacular de enormes nubes negras en constante movimiento centrífugo, y siguieron en recta ruta hasta que se perdieron en aquella vorágine que se tragaba al río, al camino y a ellas, como un hoyo negro que engulle el universo quién sabe si para reciclarlo.

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